EL GOZO DE PINTAR

Cada día quedan menos pintores para quienes el arte es no sólo una necesidad expresiva, sino un íntimo placer doméstico, un canto a la vida cotidiana, a la manera de los «pequeños» maestros holandeses del siglo XVII. Luis Cajal es uno de ellos. Incluso sus temas de fantasía o de imaginación toman un carácter familiar y bienhumorado, y sus personajes de la Comedia del Arte son como unos parientes de visita en el hogar omnipresente. Pero esta sinfonía doméstica se basa en una materia cuidadosamente alimentada, sabrosa como un plato de la cocina aragonesa, sin extravagancias ni acritudes, cuyo íntimo secreto consiste no en destruir las recetas del pasado, sino en llevarlas a un punto gustoso, que nos permite paladear estos bodegones y floreros, tan delicados en su aparente sencillez, con sus sabores al óleo y al temple. En esta envoltura, nutrida, no relamida, espejean los tonos medios en que Cajal se complace, sin estridencias, con orientes de perlas en los blancos y una luminosa transparencia hasta en los colores oscuros u opacos. El gozo de Cajal al elaborar esos cuadros se transmite necesariamente al espectador que los contempla sin prisas y les devuelve justamente el tiempo y la atención que los hicieron nacer.

Julián Gallego
(De la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)