LUIS CAJAL O LA NATURALEZA EN SILENCIO

Presentar a los amantes de la pintura a Luis Cajal es como decirles a los madrileños que su río es el Manzanares. Desde su primera exposición individual de Avilés en 1951, más de medio centenar de ellas han jalonado el trabajo de este zaragozano, bohemio de profesión, profesor y director de talleres de pintura, cofrade de honor del Cristo de los Gitanos de Granada (de lo que él se siente muy orgulloso) y un sinfín de actividades más, que por sí solas avalan el trabajo de este artista en el que el conocimiento de todas las técnicas y todas las escuelas hace que confiera a su obra una personalidad muy singular, pese a conocer perfectamente todos los caminos por los que transita la pintura de nuestro tiempo.
Cajal -y esta exposición es una buena prueba de ello- se deleita pintando bodegones irreales empapados de neblinas azules dentro de un universo inventado de mágicos paisajes plenos de distinción y encanto.
Carlos Areán, el gran crítico de la abstracción, hablaba de Cajal como de un surrealista mágico e informal y esta exposición, que presenta la sala Puerta de Alcalá, en el 67 de la famosa calle del mismo nombre, es una buena prueba de ello. Si a ello añadimos que un dibujo seguro y alado presta sus líneas a ese cromatismo limpio, de enorme refinamiento lleno de ternura, tendremos las bases en las que se asienta la obra de este genio del siglo XX, que sigue en el segundo milenio ofreciendo a todos la obra bien hecha que pedía Eugenio D’Ors, una obra para gozar y deleitarse con ese caudal de sugerencias y ensueños que despierta la contemplación silenciosa de la obra de este pintor llamado a figurar en los textos de un mundo muy lejano.

Luis Hernández del Pozo,
de la Asociación Nacional e Internacional de Críticos de Arte
La Nación. Del 16 al 30 de noviembre de 2005