Del 2 al 18 de noviembre, la Sala de Exposiciones Vista-Alegre acoge bajo el título “Antología”, la exposición de Luis Cajal Garrigós, uno de los pintores más destacados del panorama artístico actual, reconocido y galardonado en innumerables ocasiones a nivel nacional e internacional.
Un intenso y esmerado trabajo de los alumnos del Taller de Empleo Mediterráneo VI ha hecho posible el inventariado, fotografía y catalogación de más de un millar de obras de arte de tan insigne artista, que pasarán a formar parte de la fundación “Luis Cajal”, para el disfrute y riqueza cultural de nuestra ciudad.
Es de destacar y agradecer al comisario de la exposición, D. Ramón Torregrosa Bernabé, su interés y contribución a este ansiado proyecto, así como al subcomisario de la misma y profesor del Taller de Empleo Mediterráneo VI, D. Pedro González Gallego, por su ilusión y dedicación en este trabajo.
Torrevieja se siente orgullosa de acoger esta magnífica muestra pictórica, en la seguridad de que colmará las inquietudes artísticas y culturales de la ciudadanía.


Pintar, esculpir, componer música, en fin, son cosas que están al alcance de quienes se lo propongan no como creadores, claro está, sino como meros practicantes de un oficio, pues las bellas artes tienen como sustentación eso, el oficio, que es a manera de piel de la obra, aunque a veces pueda ser una piel suntuosa o delicada. Hubo un momento en que se confundieron la obra de arte y su intrínseco vehículo expresivo, concediéndose al oficio todos los merecimientos y juzgándose a los artistas por el oficio mejor o peor que tuvieran. Las mismas técnicas se confundieron también con la obra pura, siendo como eran sus medios no
Carmen, Luis Cajal y Mª Rosa Salgado.
Reunión en las cuevas de Nemesio en Madrid.
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más. La importancia del oficio sigue siendo indudable, pero hoy se sabe que el oficio puede adquirirse con tenacidad, disciplina y escolaridad, y se sabe también que si es únicamente eso lo que se tiene, sólo se tiene la cáscara de la obra de arte, nobilísima, es cierto, pero poco o nada relacionable con la obra bien hecha.
El oficio es algo que, en principio, ha de suponerse en todo artista. Decir que Picasso sabe dibujar es algo tan estupefaciente como decir que Cristóbal Halffter sabe música. Lo que hay que ver es qué se hace con el oficio, cómo se emplean las técnicas. Cecilio Pla conocía el oficio de pintar mejor que Joaquín Sorolla, pero no llegó jamás a parecerse a su paisano, ejemplos que podríamos prolongar exhaustivamente citando a los manieristas, artistas todos ellos dominadores del oficio, pero sin el aliento creador que el arte, para ser, exige. La generación de Emilio Sala “supo” pintar mejor que los Regoyo, Nonell, Gimeno y demás, pero lo cierto es que los grandes pintores de esa época son los que menos dominaban el oficio, como les ocurrió a los impresionistas franceses respecto a los academicistas que los precedieron. ¿O es tal vez que esto del oficio no es una cuestión canónica y normativizada, sino algo que sólo se posee plenamente cuando el resultado es satisfactorio?
Luis Cajal (Zaragoza, 1926) es quien ahora nos ha sugerido las anteriores reflexiones. Luis Cajal domina el oficio de pintar, pero hay algo en su obra que de pronto nos transporta más allá del oficio. En estos bodegones —óleo o temple, es lo mismo—, en las composiciones a base de figuras, en los inmovilizados paisajes que expone en Galería Fauna´s, es posible ver todo lo que un pintor podría buscar en la obra de otro pintor: la exacta disposición de la materia, el equilibrio entre la pretensión y el resultado, que es una armonía concepto-manera, la pulcra dicción, la sabia desenvoltura de las gamas —blancas y azules—, el clima todo de los cuadros. Pero hay más, mucho más. Hay ese algo que percibimos cuando estamos frente a la obra de arte, especie de vago informe misterioso que nos sugiere y nos convence, y que una vez proyectado en nosotros carece de sentido observar, por ejemplo, unas manos desdibujadas.
Javier Rubio habla en el catálogo de “pintura-hibernación”, tal vez guiado por las apariencias de estas composiciones, algunas de las cuales, como aquellos gouaches de Cossío, asemejan perfectos ejercicios con una paleta de hielo. Pero yo, contrariamente, lo que percibo en esta pintura de bello lenguaje y poético sentido es una tibieza difícil de comparar, un alma contenida que, si el pintor se dejara llevar por las apariencias, podría encender enfierecidamente con sólo añadir carmines y amarillos a lo que cabalmente no los tiene ni tendría por qué tenerlos.

Campoy, A. M.
Crítica de Exposiciones. Diario ABC

Cada día quedan menos pintores para quienes el arte es no sólo una necesidad expresiva, sino un íntimo placer doméstico, un canto a la vida cotidiana, a la manera de los «pequeños» maestros holandeses del siglo XVII. Luis Cajal es uno de ellos. Incluso sus temas de fantasía o de imaginación toman un carácter familiar y bienhumorado, y sus personajes de la Comedia del Arte son como unos parientes de visita en el hogar omnipresente. Pero esta sinfonía doméstica se basa en una materia cuidadosamente alimentada, sabrosa como un plato de la cocina aragonesa, sin extravagancias ni acritudes, cuyo íntimo secreto consiste no en destruir las recetas del pasado, sino en llevarlas a un punto gustoso, que nos permite paladear estos bodegones y floreros, tan delicados en su aparente sencillez, con sus sabores al óleo y al temple. En esta envoltura, nutrida, no relamida, espejean los tonos medios en que Cajal se complace, sin estridencias, con orientes de perlas en los blancos y una luminosa transparencia hasta en los colores oscuros u opacos. El gozo de Cajal al elaborar esos cuadros se transmite necesariamente al espectador que los contempla sin prisas y les devuelve justamente el tiempo y la atención que los hicieron nacer.

Julián Gallego
(De la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)

Presentar a los amantes de la pintura a Luis Cajal es como decirles a los madrileños que su río es el Manzanares. Desde su primera exposición individual de Avilés en 1951, más de medio centenar de ellas han jalonado el trabajo de este zaragozano, bohemio de profesión, profesor y director de talleres de pintura, cofrade de honor del Cristo de los Gitanos de Granada (de lo que él se siente muy orgulloso) y un sinfín de actividades más, que por sí solas avalan el trabajo de este artista en el que el conocimiento de todas las técnicas y todas las escuelas hace que confiera a su obra una personalidad muy singular, pese a conocer perfectamente todos los caminos por los que transita la pintura de nuestro tiempo.
Cajal -y esta exposición es una buena prueba de ello- se deleita pintando bodegones irreales empapados de neblinas azules dentro de un universo inventado de mágicos paisajes plenos de distinción y encanto.
Carlos Areán, el gran crítico de la abstracción, hablaba de Cajal como de un surrealista mágico e informal y esta exposición, que presenta la sala Puerta de Alcalá, en el 67 de la famosa calle del mismo nombre, es una buena prueba de ello. Si a ello añadimos que un dibujo seguro y alado presta sus líneas a ese cromatismo limpio, de enorme refinamiento lleno de ternura, tendremos las bases en las que se asienta la obra de este genio del siglo XX, que sigue en el segundo milenio ofreciendo a todos la obra bien hecha que pedía Eugenio D’Ors, una obra para gozar y deleitarse con ese caudal de sugerencias y ensueños que despierta la contemplación silenciosa de la obra de este pintor llamado a figurar en los textos de un mundo muy lejano.

Luis Hernández del Pozo,
de la Asociación Nacional e Internacional de Críticos de Arte
La Nación. Del 16 al 30 de noviembre de 2005

¿Qué mundo hay detrás y delante de esta pintura, en qué lugar del espacio se sumerge y detiene, que parece cruzarla un aire sutil y, tibiamente, encenderla de irrealidad? Da total conciencia de densidad y peso. Pero la rodea una presencia poética que, en cierto modo, la inviste y domina, la alcanza misma, en una delgada atmósfera romántica. Hay momentos en que el color y la luz pesan en ella como materia pura: no se trata de luz sin cuerpo porque esa luminosidad es, al mismo tiempo, forma, estructura y dicción. Pero otras veces, en cambio, sobre todo en los bodegones, la luz es casi aérea y al color le nacen alas invisibles.
Esos bodegones dominados por un leve hálito misterioso, esas figuCajal
con Pepín Fernández, presidente de Galerías Preciados.
El embajador de España en Inglaterra y Luis Cajal.
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ras ceñidas por un silencio abstraído, casi material, y también esas otras francas de elocuencia en su ritmo, como arrebatadas de un friso, obedecen a un sentido lírico de forma ensoñada y vista al mismo tiempo. De ahí quizás esa serenidad emocionada e irreal que preside buena parte de esos óleos y temples a la cera del pintor aragonés. Las formas se estructuran armónicamente en planos de realidad e irrealidad, se convierten en expresivos ritmos concertados con ajustado rigor, cuya riqueza plástica unas veces se afirma y otras se diluye en luz turbia y sensual.
Luis Cajal cuida el equilibrio como si se tratara de acordes musicales. Casi equilibrio absoluto es ese pueblo de su invención que sugiere una inmensa cristalización de cuarzo. Con sus azules y blancos fantasmales, las líneas y volúmenes de su simple geometría se amparan unas en otros como si les sobrecogiera su perceptible misterio.
Cajal desconfía de la bondad de los colores si no los elabora y trabaja él en su taller, como se hacía en otro tiempo. Teme los oscurecimientos y resquebrajamientos y se obstina en ser fiel a aquella antigua consigna holandesa que decía poco más o menos esto: «El genio del pintor es patrimonio de la nación, por tanto el artista está obligado a garantizar la mayor duración de las obras realizadas por él».

La Vanguardia
Barcelona, 4 de octubre de 1970

Vamos a dejar de lado la frialdad del catálogo con que se nos presenta este pintor y nos vamos a adentrar en los 49 óleos que exhibe en la Galería de Arte “Luna”. Aragonés de origen y concretamente zaragozano, Luis Cajal ha desarrollado su arte en la búsqueda de un raro equilibrio entre color y dibujo. Nótase, pues, una clara reminiscencia de su afincamiento en Madrid, escuela castellana y visitas al Museo del Prado. Pintor recoleto, Cajal da su medida en los minicuadros, pequeños agujeros abiertos a un mundo de ensoñación y lirismo, donde la atmósfera vibra en una especie de temor y temblor. Acostumbrados, en esta región levantina, a los grandes estallidos de color, resulta refrescante el mundo contenido de la pintura de Luis Cajal; la bruma acendalada que campea por sus pequeños cuadros nos lleva hacia aquella definición de un cierto tipo de pintura como formas que vuelan y se expanden en musicales modos. Sin embargo, en Cajal hay más. No debemos confundir la impresión de sosiego evanescente que produce su pintura con una desmaterialización de la realidad. Ahí están los bodegones y los maravillosos desnudos para demostrarnos que las cosas se objetivizan sobre el lienzo, pero, eso sí, ya domeñadas por la levedad del tratamiento. Destacaríamos de esta exposición la figura que lleva el número 6 en el catálogo y que de alguna manera nos recordaría un primitivo flamenco de atemperado colorido. El retrato de Antonio Manuel Campoy ha sido tratado con veracidad no exenta de cariño. El Arlequín sentado -número 39- nos remite a la gran iconografía de la pintura española. Nos engañaríamos si quisiéramos ver en él el tratamiento plástico característico del modo picassiano. Cajal ha retrocedido en el tiempo y emparenta esta figura de Arlequín con la tradición velazqueña y goyesca. Consideramos, pues, este pequeño cuadro como uno de los principales aciertos de esta exposición. En cuanto al paisaje, ha conseguido, en algunos casos, fundir los contornos de las cosas hasta casi convertirlas en nubes. El cuadro número 22 nos muestra un cielo levemente rosado que se apega a la tierra casi sin solución de continuidad.
Pintor éste, Luis Cajal, a quien podríamos definir -para entendernos- como un romántico de paleta no excesivamente cálida, lo que no implica frialdad, sino lenguaje indirecto, suave, matizado y lleno de veladuras.
He aquí una pintura donde la mesura y el lirismo han conseguido aunarse en el reducido espacio de estos minicuadros.

Jaime Maestro
Semanario Vista Alegre

Luis Cajal, zaragozano, pintor de blancos y azules transfigurados, colores tan logrados por él que son prácticamente únicos, que hacen identificables a primera vista sus arlequines, sus frágiles, quebradizas casi, mujeres, todo en unas geniales transparencias, en unas tonalidades de pureza exquisita. Es el conjunto de su amplia obra, en estas dos líneas expresadas, como un transporte a pasados tiempos, hay un estatismo en las figuras que parece no fueran de este momento, la delicadeza se extrema en la que hemos llamado aparente fragilidad, en las posiciones, la calidad suprema de sus tonos, posturas, hasta las miradas. Son para contemplar como si nos hubiéramos ido al Siglo XVIII, carnavales estilizados, porcelanas como tesoros, todo ensoñado y recuperado para el espectador de hoy en una neblina melancólica, en la fuga temporal inevitable. Y todo lo dicho llevado a un grado de intimismo inconfundible. Claro que esa fuga en el tiempo, esa recuperación de arlequines y figuras, sólo con un enorme intimismo podía ser lograda. Pero es un intimismo invasor, que arrastra al que contempla su obra y le lleva hacia mundos tan pretéritos cuando inseguros, los arlequines orientan y desorientan, la quebradiza figura te obliga a la mayor circunspección. Y los bodegones constituyen otra forma de transfigurar lo mismo. Los colores son suaves y fríos, en flores y en frutas; la superficie en que se apoyan las fuentes repletas de manzanas que huelen como ciertos baúles de antaño, el florero o la blanca jarra que estaría llena de té, con el fondo no de piedra o ladrillo, sino de vegetación al aire, crean un conjunto poético pocas veces ensoñado con tanta escasez de medios, con tanta austeridad de elementos. Cierto que Luis Cajal elabora su propia cocina, realiza como un laboratorio la mezcla y perfección de los colores. Y obtiene unas cualidades difícilmente repetibles. Su “curriculum” vitae es igualmente impresionante.

César Aguilera Castilla
Presidente de la Academia de Arte