LUIS CAJAL, EN CAMAROTE GRANADOS

¿Qué mundo hay detrás y delante de esta pintura, en qué lugar del espacio se sumerge y detiene, que parece cruzarla un aire sutil y, tibiamente, encenderla de irrealidad? Da total conciencia de densidad y peso. Pero la rodea una presencia poética que, en cierto modo, la inviste y domina, la alcanza misma, en una delgada atmósfera romántica. Hay momentos en que el color y la luz pesan en ella como materia pura: no se trata de luz sin cuerpo porque esa luminosidad es, al mismo tiempo, forma, estructura y dicción. Pero otras veces, en cambio, sobre todo en los bodegones, la luz es casi aérea y al color le nacen alas invisibles.
Esos bodegones dominados por un leve hálito misterioso, esas figuCajal
con Pepín Fernández, presidente de Galerías Preciados.
El embajador de España en Inglaterra y Luis Cajal.
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ras ceñidas por un silencio abstraído, casi material, y también esas otras francas de elocuencia en su ritmo, como arrebatadas de un friso, obedecen a un sentido lírico de forma ensoñada y vista al mismo tiempo. De ahí quizás esa serenidad emocionada e irreal que preside buena parte de esos óleos y temples a la cera del pintor aragonés. Las formas se estructuran armónicamente en planos de realidad e irrealidad, se convierten en expresivos ritmos concertados con ajustado rigor, cuya riqueza plástica unas veces se afirma y otras se diluye en luz turbia y sensual.
Luis Cajal cuida el equilibrio como si se tratara de acordes musicales. Casi equilibrio absoluto es ese pueblo de su invención que sugiere una inmensa cristalización de cuarzo. Con sus azules y blancos fantasmales, las líneas y volúmenes de su simple geometría se amparan unas en otros como si les sobrecogiera su perceptible misterio.
Cajal desconfía de la bondad de los colores si no los elabora y trabaja él en su taller, como se hacía en otro tiempo. Teme los oscurecimientos y resquebrajamientos y se obstina en ser fiel a aquella antigua consigna holandesa que decía poco más o menos esto: «El genio del pintor es patrimonio de la nación, por tanto el artista está obligado a garantizar la mayor duración de las obras realizadas por él».

La Vanguardia
Barcelona, 4 de octubre de 1970