EPÍSTOLA PARA UN 28 DE OCTUBRE
PRÓXIMO PASADO

Querido amigo Luis: ya no te escribo
sobre corbatas verdes agresivas,
sobre mágicos árboles estáticos,
ni sobre grises madrugadas lívidas,
ya no busco los ecos juveniles
ni a tiernas bestezuelas hago lírica,
ni me demoro en el fracaso antiguo,
ni sueño en grande cúpula francisca.


Y si miro hacia atrás y hacia adelante
es con la mísmida mirada mía,
equivocada o cierta, la mirada
que tengo, intransferible, en esta vida.


Es con esta mirada, recorriendo
el tiempo y el espacio, cuando vibra
un recuerdo presente de proyectos
y una amargura doble de colilla,
cuando se deja ir a la mirada,
libre por fin de apoyaduras clínicas,
hacia una meta no determinada
pero al fondo del Alma presentida,
cuando se avanza de la mano de alguien
a quien se avanza de la mano y miras
(sólo una vez) hacia el remordimiento,
y dices “no estoy solo”, ¡qué alegría
y qué tristeza, Luis, la de este grito
de reto a la lejana amanecida!

(Por lo que ha de venir, un Himno nuevo;
y por lo ya pasado, una Elegía).

Madrid, 28-31 de octubre de 1970
Javier Rubio