Vamos a dejar de lado la frialdad del catálogo con que se nos presenta este pintor y nos vamos a adentrar en los 49 óleos que exhibe en la Galería de Arte “Luna”. Aragonés de origen y concretamente zaragozano, Luis Cajal ha desarrollado su arte en la búsqueda de un raro equilibrio entre color y dibujo. Nótase, pues, una clara reminiscencia de su afincamiento en Madrid, escuela castellana y visitas al Museo del Prado. Pintor recoleto, Cajal da su medida en los minicuadros, pequeños agujeros abiertos a un mundo de ensoñación y lirismo, donde la atmósfera vibra en una especie de temor y temblor. Acostumbrados, en esta región levantina, a los grandes estallidos de color, resulta refrescante el mundo contenido de la pintura de Luis Cajal; la bruma acendalada que campea por sus pequeños cuadros nos lleva hacia aquella definición de un cierto tipo de pintura como formas que vuelan y se expanden en musicales modos. Sin embargo, en Cajal hay más. No debemos confundir la impresión de sosiego evanescente que produce su pintura con una desmaterialización de la realidad. Ahí están los bodegones y los maravillosos desnudos para demostrarnos que las cosas se objetivizan sobre el lienzo, pero, eso sí, ya domeñadas por la levedad del tratamiento. Destacaríamos de esta exposición la figura que lleva el número 6 en el catálogo y que de alguna manera nos recordaría un primitivo flamenco de atemperado colorido. El retrato de Antonio Manuel Campoy ha sido tratado con veracidad no exenta de cariño. El Arlequín sentado -número 39- nos remite a la gran iconografía de la pintura española. Nos engañaríamos si quisiéramos ver en él el tratamiento plástico característico del modo picassiano. Cajal ha retrocedido en el tiempo y emparenta esta figura de Arlequín con la tradición velazqueña y goyesca. Consideramos, pues, este pequeño cuadro como uno de los principales aciertos de esta exposición. En cuanto al paisaje, ha conseguido, en algunos casos, fundir los contornos de las cosas hasta casi convertirlas en nubes. El cuadro número 22 nos muestra un cielo levemente rosado que se apega a la tierra casi sin solución de continuidad.
Pintor éste, Luis Cajal, a quien podríamos definir -para entendernos- como un romántico de paleta no excesivamente cálida, lo que no implica frialdad, sino lenguaje indirecto, suave, matizado y lleno de veladuras.
He aquí una pintura donde la mesura y el lirismo han conseguido aunarse en el reducido espacio de estos minicuadros.

Jaime Maestro
Semanario Vista Alegre

Luis Cajal, zaragozano, pintor de blancos y azules transfigurados, colores tan logrados por él que son prácticamente únicos, que hacen identificables a primera vista sus arlequines, sus frágiles, quebradizas casi, mujeres, todo en unas geniales transparencias, en unas tonalidades de pureza exquisita. Es el conjunto de su amplia obra, en estas dos líneas expresadas, como un transporte a pasados tiempos, hay un estatismo en las figuras que parece no fueran de este momento, la delicadeza se extrema en la que hemos llamado aparente fragilidad, en las posiciones, la calidad suprema de sus tonos, posturas, hasta las miradas. Son para contemplar como si nos hubiéramos ido al Siglo XVIII, carnavales estilizados, porcelanas como tesoros, todo ensoñado y recuperado para el espectador de hoy en una neblina melancólica, en la fuga temporal inevitable. Y todo lo dicho llevado a un grado de intimismo inconfundible. Claro que esa fuga en el tiempo, esa recuperación de arlequines y figuras, sólo con un enorme intimismo podía ser lograda. Pero es un intimismo invasor, que arrastra al que contempla su obra y le lleva hacia mundos tan pretéritos cuando inseguros, los arlequines orientan y desorientan, la quebradiza figura te obliga a la mayor circunspección. Y los bodegones constituyen otra forma de transfigurar lo mismo. Los colores son suaves y fríos, en flores y en frutas; la superficie en que se apoyan las fuentes repletas de manzanas que huelen como ciertos baúles de antaño, el florero o la blanca jarra que estaría llena de té, con el fondo no de piedra o ladrillo, sino de vegetación al aire, crean un conjunto poético pocas veces ensoñado con tanta escasez de medios, con tanta austeridad de elementos. Cierto que Luis Cajal elabora su propia cocina, realiza como un laboratorio la mezcla y perfección de los colores. Y obtiene unas cualidades difícilmente repetibles. Su “curriculum” vitae es igualmente impresionante.

César Aguilera Castilla
Presidente de la Academia de Arte